Fiestas y tradiciones de México
La danza del lícer revive la cosmovisión y el ritual olmeca para el
inicio de las lluvias
ï‚· La celebración se realiza al mismo tiempo que las fiestas de San Juan,
el 24 de junio, y el 29, de San Pedro y San Pablo
ï‚· Vinculada al cultivo de la tierra, constituye un reconocimiento del
patrimonio y la tradición de los habitantes de la región de Los Tuxtlas
El municipio de Santiago de Tuxtla, Veracruz, es testigo de una de las
manifestaciones culturales más arraigadas y significativas de la región: la “danza
del jaguar”, también conocida como “La danza del lícer”, expresión que da a
conocer la relación que los antiguos pobladores de la comunidad establecían entre
el jaguar y el maíz.
Este ritual, que se lleva a cabo el 13 de junio, día de San Antonio de Padua;
el 24, día de San Juan, y el 29, día de San Pedro y San Pablo, debido a que la
tradición señala que son las fechas en las que se inician las lluvias, tiene sus
raíces en un ciclo mítico de la tradición religiosa de los popolucas, considerados
los últimos olmecas sobrevivientes.
“Cuando uno hace el hoyo en la tierra con un palo recto, es como si el jaguar,
que era el dios de la lluvia y el corazón de la tierra, abriera sus fauces; después se
tapa el hoyo con el pie y el jaguar cierra sus fauces”, relata Héctor Luis Campos
Ortiz, autor del libro “Del jaguar al lícer. Ciertos detalles de una tradición”, que este
año será publicado. Campos aceptó dar un adelanto de su investigación por la
proximidad de las festividades de San Juan.
El origen del término ‘lícer’ se dio cuando en la Conquista los españoles, al
llegar a la región de Los Tuxtlas, llamaron lince al jaguar en lugar de tecuani, su
denominación en náhuatl, y los indígenas, como no conocían esta palabra, la
derivaron por eufonía en “lícer”.
“El lícer es el jaguar que sale a la calle. La cosmogonía olmeca señala que
Dios molió el maíz, hizo la masa y con ella creó al hombre y a la mujer.
Posteriormente, un jaguar se cruzó con una mujer de maíz y de esa unión surgió la
raza olmeca”, describe el historiador.
Esta celebración, que solamente se representa en Santiago de Tuxtla y sus
alrededores, cuenta con rasgos que la distinguen de otros rituales similares que se
escenifican en más regiones del país. “Al principio los participantes se vestían con
trajes amarillos y moteados, pero ahora lo hacen de rojo, azul, amarillo y verde.
Utilizan un mameluco o pijama de cuerpo completo y una capucha que por lo
regular tiene dos picos que simulan las orejas del jaguar”.
Más de mil danzantes se congregan en las calles para la festividad, quienes
braman, golpean el suelo y caminan encorvados como un felino, ya que entre los
pobladores perdura la idea de que si no danzan los jaguares o tigres, como
también se les conoce, no llueve y se pueden presentar enfermedades, malas
cosechas, calamidad y pobreza.
“Yo tuve oportunidad de ser hijo de campesinos, sembramos mucho maíz en
la casa; nuestros padres nos llenaban la casa de esta planta”, recuerda Campos
Ortiz, pero añade: “Actualmente el fin de la danza ya no es tanto agrícola, sino que
es más lúdica, para que los líceres jueguen con los niños y las niñas a atraparlos y
con esto se reviva la tradición, ya que los niños representan el maíz que necesita
recibir el agua para crecer vigoroso”.
Las danzas para pedir lluvia se realizaron desde tiempos prehispánicos en
toda Mesoamérica hasta Brasil. El próximo 29 de junio, se va a realizar en
Santiago de Tuxtla un concurso de líceres y tecuanis con dos delegaciones
invitadas de Morelos y Puebla.
“Se va a hacer un recorrido para que la gente vea nuestra tradición y la de
los tecuanis de otros lados, ya que son tradiciones hermanas que tiene el mismo
origen. Estamos conociéndonos, descubriéndonos y fortaleciendo la identidad de
nuestro pueblo”, concluyó Héctor Luis Campos Ortiz, cuya publicación se
presentará durante el mes de diciembre bajo el sello de la Colección del
Sotavento, de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas.
La
portada del libro corresponde a la pintura de Xavier Solano Arévalo y la foto
corresponde a Héctor Fernández Mendoza
EOV