LAS HOJAS VOLANTES, REFLEJO DE LA CULTURA POPULAR DE LA NUEVA ESPAÑA
*** La Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH) resguarda una colección de más de 500 piezas
*** En estas hojas sueltas, en las que José Guadalupe Posada plasmó muchos de sus grabados,
se podían leer romances, sucesos fantásticos, plegarias y notas rojas
Durante el virreinato las calles y plazas de la Nueva España fueron utilizadas por los pregoneros
para ofrecer las hojas volantes, impresos en los que se narraban sucesos extraordinarios como
terremotos, inundaciones y crímenes, además de romances, corridos y plegarias, los cuales se
vendían por pocos centavos. La Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH) alberga
dentro de sus colecciones más de 500 de estos documentos (llamados literatura de cordel) que
reflejan la cultura popular de la época.
Tales obras efímeras aparecieron desde el siglo XVI, tras la llegada de la imprenta a la
Nueva España, y son el antecedente del periodismo en México. Cobraron auge a finales del siglo
XIX y principios del XX, gracias al impresor Antonio Vanegas Arroyo (1850-1917) y sus
grabadores José Guadalupe Posada (1852-1913) y Manuel Manilla (1830-1895), explicó Juan
Carlos Franco, catalogador del Archivo Antiguo de dicha biblioteca del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH).
El especialista recordó que la imprenta llegó a América en 1539, y en 1542 se vendió la
primera hoja volante en la Nueva España; en ella se relataba el terremoto ocurrido en Guatemala
un año antes. “Estas páginas eran el antecedente de los periódicos, porque informaban de
hechos sobresalientes, pero aún no había periodistas que hicieran investigación, como ocurrió
en la época del Porfiriato, simplemente reportaban lo ocurrido”.
La literatura de cordel incluía oraciones religiosas, hechos fantásticos y romances (que
después derivaron en corridos). Sirvió de “caballito de batalla” en muchas imprentas que,
mientras lograban publicar una obra de mayores dimensiones, vendían sus hojas sueltas por
En esos tiempos, los pregoneros recorrían las imprentas para adquirir las hojas y
después salían a las plazas a cantar los corridos. La gente se acercaba a comprar las letras
como si fueran un disco, explicó Franco.
En la primera década de 1900, uno de los competidores de Vanegas Arroyo fue Eduardo
Guerrero, a quien se le considera como el último en mantener la tradición de las hojas volantes;
sin embargo, su imprenta tuvo que adaptarse tras la aparición de la radio. Los compositores
vendían las letras y él las imprimía en las hojas volantes, que después se modificaron a hojas
más pequeñas que dieron origen a los cancioneros y propiciaron la extinción de la literatura de