Museo de Cuicuilco expone cómo fue una aldea asentada, en el centro de Tlalpan, hace 2,500 años
“Raíces Arqueológicas: Tlalpan hace 2,500 años”, permanecerá hasta el 30 de septiembre, de martes a domingo, entre las 9:00 y las 17:00 horas
Recientes salvamentos arqueológicos dejaron al descubierto una plataforma y una veintena de fosas troncocónicas, una de ellas con un extraordinario entierro múltiple
Cuicuilco es el ejemplo palpable de la dilatada presencia humana en la actual alcaldía Tlalpan, pero el mapa de su ocupación en el Preclásico, se ha ido ampliando en los últimos años. A partir de salvamentos arqueológicos que supervisan obras públicas y privadas, hoy se tiene una imagen amplia de una aldea que se asentó entre el 700 y el 200 antes de nuestra era, en lo que hoy es el corazón de la demarcación capitalina.
Este panorama de los primeros “tlalpenses” es presentado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de la Zona Arqueológica y Museo de Sitio Cuicuilco, en la exposición “Raíces Arqueológicas: Tlalpan hace 2,500 años”, que permanecerá abierta al público hasta el próximo 30 de septiembre, de martes a domingo, entre 9:00 y 17:00 horas.
La muestra temporal se compone de imágenes y más de 40 piezas arqueológicas, que informan de contextos arqueológicos distintos, pero que forman parte de la misma aldea preclásica. Estos materiales proceden de los salvamentos efectuados en 2015 y 2017, en las calles Benito Juárez no. 185 y Guadalupe Victoria no. 98, respectivamente, aunque el conocimiento de este espacio (la aldea), se remite a una excavación que tuvo lugar en el campus de la Universidad Pontificia de México, en 2006.
Todas estas evidencias, recuperadas por equipos de especialistas de la Dirección de Salvamento Arqueológico (DSA) del INAH, dan cuenta del alto grado de complejidad de las prácticas sociales de esta población temprana, la cual representa las raíces prehispánicas de Tlalpan.
La arqueóloga Jimena Rivera Escamilla, quien coordinó estos proyectos de investigación, indica que el periodo Preclásico se nombró así, porque durante el mismo (2,500 a.C. – 200 d.C), se consolidaron muchos de los rasgos característicos de las sociedades mesoamericanas, que permanecerían en los siglos posteriores. Se trataba de asentamientos con actividades productivas bien organizadas, como la agricultura, la alfarería y la construcción.
En ese sentido, las excavaciones efectuadas en los citados predios, “dejaron al descubierto una plataforma arquitectónica y más de 20 troncocónicas (oquedades con forma de botella excavadas en el subsuelo para diversos usos), tres de ellas contenían entierros individuales, y una más, un entierro múltiple, compuesto por las osamentas de nueve individuos de distintas edades y sexos, que fueron depositados simultáneamente y acomodados de forma radial”.
Por la disposición de los restos mortuorios, se sabe que los cuerpos de los individuos fueron colocados con suma dedicación, engarzando unos con otros. Con ese esmero, entre las piernas, debajo de la cabeza, la cadera y los pies de las personas recién fallecidas, se distribuyeron 10 ofrendas cerámicas, piezas que mayoritariamente pertenecen a la fase Ticomán (400-200 a.C.), y pocas a la fase Zacatenco (700-400 a.C., narra Jimena Rivera.
No obstante, algunas de las fosas troncocónicas contenían huesos de venado cola blanca y de guajolote, especies del entorno que se incorporaron a la dieta de los habitantes de esta antigua aldea de Tlalpan.
De gran relevancia también fue el descubrimiento de una plataforma con una antigüedad de 2,400 años, sobre la que se desplantó una casa que sirvió como punto de reunión. Aunque se desconocen sus dimensiones totales (se encontraron seis metros bien conservados de arquitectura), se estima que contaba con 15 metros de ancho y 1.30 metros altura, como mínimo. Esta estructura contó con dos fases de construcción, y entre una y otra, se enterraron como ofrenda una liebre, una orejera de barro y carbón.
Sobre los materiales arqueológicos recuperados, cabe citar que en Guadalupe Victoria no. 98, se registraron 34 vasijas de barro, 300 fragmentos de figurillas (algunas completas), más de 200 objetos entre punzones, hachas, percutores, afiladores, sellos, raspadores y varios tejos, y una variedad de instrumentos musicales y de molienda, aparte de esferas, puntas de proyectil, cuentas y orejeras. Todos, testimonios de una población desarrollada que mantuvo vínculos con otros grupos de la cuenca de México.