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Noticias 2015-07-23 19:02

Guia de la juerga novohispana

Guía de la juerga novohispana

● Caprichos de la sociedad para un día de relajación

● Las costumbres que se conservan por años y algunas que deberíamos eliminar

El trabajo diario, la actividades de casa y la vida familiar generalmente se convierten en rutina y honestamente en muchas ocasiones nos gustaría escapar de todas ellas, al menos por un momento. No hay que sentir culpa, es parte de la naturaleza humana y así ha quedado escrito en la historia.

Nos trasladaremos a una época sin los distractores tecnológicos que marcaron el boom del siglo XX, en este viaje vamos a omitir la imprenta y los medios de comunicación, que son una constante en la vida de países establecidos.

Buscamos trasladarnos a los primeros años de vida en una nación, a un territorio en construcción y de cambios incesantes, que busca su lugar en el nuevo mundo, estamos instalados en la Nueva España.

Fiestas religiosas y civiles, corridas de toros, muestras de poesía y teatro, danzas indígenas e hispanas, mascaradas y un vistoso aparato sensorial tenían la calle por escenario.

La Iglesia, que regía buena parte de la vida social, se encargaba de organizar fiestas que iban desde la conmemoración del ciclo litúrgico -donde se celebraba la fiesta del Corpus Christi, Semana Santa y la Navidad- hasta las fiestas donde se veneraba a los santos patronos.

La de Corpus Christi, por ejemplo, era la más importante pues conmemoraba la presencia real del cuerpo de Cristo en la hostia. El principal atractivo de esta celebración era la lujosa procesión que recorría las calles de la ciudad. La marcha se abría con doce hombres a caballo, espada en mano, que representaban la Real Justicia, la máxima autoridad del nuevo mundo. Los seguía una alegre comparsa que marcaba el tono festivo de la celebración, un grupo de danzantes con disfraces y máscaras acompañados por figuras grotescas de gigantes y cabezudos.

Otra distracción para los novohispanos, con la que además se les infundía el orgullo de ser ciudadanos de la Nueva España, fueron las fiestas organizadas por las autoridades civiles. No eran tan lujosas, frecuentes, ni apreciadas por la colectividad, pero tenían importancia. Un ejemplo fue el llamado Paseo del Pendón, donde cada 13 de agosto se conmemoraba la victoria de Hernán Cortés y la toma de la gran Tenochtitlan a manos de los españoles.

El símbolo central de esa fiesta era un pendón o estandarte con los escudos de armas de la ciudad de México y de la monarquía española, que representaba la victoria sobre los mexicas y la sujeción de la ciudad de la Corona. En la víspera, un cortejo llevaba el pendón desde las casas del Ayuntamiento al palacio virreinal y de ahí a la capilla de San Hipólito. En la comitiva iban a caballo cien nobles señores encabezados por el virrey, los oidores, los jueces y los regidores de la ciudad. A las puertas de la iglesia, el arzobispo y el cabildo de la Catedral recibían al cortejo para celebrar la misa. El pendón pasaba la noche en ese templo y al día siguiente regresaba a su sede.

Durante mucho tiempo, ese día se organizaba juegos de cañas, en los que competían equipos de cuatro a ocho miembros quienes se enfrentaban con las cañas a manera de lanzas. Para fines del siglo XVII esas competencias estaban en desuso.

Las corridas de toros fueron un complemento indispensable de casi todas las fiestas, incluso de las religiosas, aunque para algunos arzobispos fueran

impropias. El espectáculo no era muy distinto al que conocemos hoy en día; se

trataba de un hombre a caballo, quien con capa negra, daga y espada trataba

de encajar una jabalina de madera con punta de hierro en el cuello del animal.

Si al final de la corrida, el hombre había sido “ofendido” por la bestia, ya fuera

por no haberle dado ninguna cuchillada o por haber sido desmontado, el

hombre debía abatir al mismo animal con una estocada, pero si no se lograba,

los peones que acompañaban al torero, debían matar al toro a cuchilladas,

acto que se convertía en una carnicería, donde además muchas veces

participaba también el público.

En los certámenes poéticos se emitía el tema general que debían tener los

versos y se daba cierto número de días para su entrega. En estos participaban

religiosos y laicos, de hecho Sor Juana Inés de la Cruz participó con un

seudónimo en varios, aunque en su carácter de religiosa nunca asistió a la

ceremonia de entrega de premios.

Finalmente, las representaciones teatrales fueron una actividad muy socorrida

por el público, en ocasiones también se mezclaron con danzas, cantos,

sainetes y entremeses. Las temáticas teatrales contaban la vida de santos y momentos de la pasión de Cristo, aunque también hubo representaciones

callejeras donde los despreocupados espectadores se relajaban de las

exigencias formales de la autoridad virreinal. La sátira, la caricatura de

personas y personajes de la vida pública, piezas de magia y “maquinismo”

eran los elementos favoritos del público.

Ahora ya sabes que hay muchas formas, además de tu teléfono celular, de

escapar de la monotonía. ¿Y tú qué otras formas de entretenimiento conoces?

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