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Noticias 2015-08-04 19:45

Amigos, admiradores, todos estuvieron en Bellas Artes para recordar a Raquel Tibol

Amigos, admiradores, todos estuvieron en Bellas Artes para recordar a Raquel Tibol



Ø En la Sala Manuel M. Ponce se llevó a cabo un conversatorio en honor a la crítica de arte



Se habló de la maestra, de la amiga, de la crítica, de la madre, todas facetas de Raquel Tibol, periodista y crítica de arte, quien falleció hace cinco meses. Para recordarla el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) organizó un conversatorio, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.



Magdalena Zavala, coordinadora general de Artes Visuales del INBA, moderó la conversación en la que participaron Sylvia Navarrete, Guillermo Santamarina, Sylvia Pandolfi, Santiago Espinosa de los Monteros, José Manuel Springer, Juan Carlos Pereda, Alfonso Miranda, Dulce María de Alvarado, Manuel Marín y Héctor Palhares.

Antes de iniciar la charla se proyectó un video, en el que se mostraron imágenes de la ganadora del Premio Fernando Benítez y de la Medalla Bellas Artes, que llegó a México en 1953, en busca de los porqués del muralismo mexicano.



El decano de la plática, el pintor y escultor Manuel Marín fue el primero en tomar la palabra. Recordó que tuvo oportunidad de trabajar con ella en 1973 y mencionó la relevancia de sus textos sobre tarjetas postales, revistas y arte alternativo. La riqueza literaria de Raquel no ha sido subrayada, advirtió, y todavía hay muchos aspectos que se deben estudiar y conocer de ella.



Mujer de investigación, con memoria sorprendente, observadora y gran agilidad mental, es como la describió Sylvia Pandolfi: “Aunque decía cosas terribles, no te enojabas, después te ibas a tomar un café y todo quedaba olvidado, allí era una plática entre amigas, porque también era una persona generosa. Se preparaba mucho antes de platicar con algún artista, indagaba todo sobre él y en muchas ocasiones su veredicto era cruel”.



El encuentro del curador Juan Carlos Pereda, ocurrió en el año de 1978. Narró que le llevó a Raquel Tibol un texto que su abuela había escrito sobre Diego Rivera a quien conoció y relataba algunas anécdotas, la respuesta de Tibol, fue: “Guarde eso en el fondo de un cajón, no debe ver la luz nunca”.

Al tomar la palabra, el crítico de arte Santiago Espinosa de los Monteros, recordó las cátedras que le dio cuando acudió a ella en la época en que fue coordinador de Artes Plásticas del INBA.



Cada apreciación suya estaba cargada de ironía, lo que se diga será siempre poco por la obra monumental que desplegó a lo largo de su vida, nos permitió entender el devenir cultural del siglo XX, jamás aceptó un puesto público, nunca, su pluma nunca estuvo al servicio de nadie, dijo siempre lo que tenía que decir. Raquel Tibol nos ha dejado grandes lecciones, dijo Espinosa de los Monterios y agregó:

“Me quedo con la Raquel terrible, implacable, brillante, lucida, incendiaria, imprescindible. Me quedo con Raquel Tibol ejerciendo el personaje de Raquel Tibol”.



Una carta, fue lo que en este conversatorio leyó para Tibol la artista visual Dulce María de Alvarado, en la que narró su primer encuentro en 1988. “Usted es mexicanísima —dijo-- se sabe la historia del país, mejor que muchos de nosotros. Gracias por su trabajo y su generosidad, ya nos veremos más adelante”, finalizó.



“Asumo que Tibol fue mi maestra en un doctorado de vida”, señaló Guillermo Santamarina, quien comentó cómo muchas veces le tocó hacer la contraparte, la voz contraria a lo que ella decía. “Fue la gran figura del siglo XX del pensamiento lógico, crítico”.



Por una equivocación en la fecha de una cédula, Sylvia Navarrete, directora del Museo de Arte Moderno del INBA, tuvo su primer encuentro con la crítica de arte, de quien dijo que también podía ser afectiva y maternal, aunque en general se mostraba contenida, no permitía réplicas, se volvió inflexible al final.



“Fue un ejemplo para nosotros, su escuela fue el periodismo y eso le ayudó a tener sentido de la comunicación. Escribía para comunicar, era muy didáctica, cuando uno visitaba una exposición con ella era asistir a una cátedra, nos dejó el rigor documental, la necesidad de comprobar y cotejar los datos”.



En los recuerdos del curador y crítico José Manuel Springer, vive una Raquel Tibol a la que no le gustaba la adulación. Era una mujer que sabía hacer su trabajo, el homenaje sería, sentenció, seguir impulsando el espíritu de la crítica de arte y ver de qué manera esta crítica que ella impulsó puede tener herencia en las generaciones futuras.



Una cabaña en Tepoztlán, Morelos, fue el primer encuentro del adolescente Héctor Palhares con Raquel Tibol, quien en aquel entonces fue llamada para analizar la obra de Marysole Wörner Baz, amiga de su madre.



Platicó que como curador del Museo Soumaya, tuvo algunos otros encuentros con ella, pero uno de los más relevantes fue cuando acudió a su domicilio para embalar documentos, libros y revistas, porque decidió donar su acervo a la Fundación Carso.



En su turno Alfonso Miranda, director del Museo Soumaya, mencionó que la relación entre el museo y Tibol, fue entrañable. Después de la inauguración del recinto, señaló, recibió la llamada de la crítica para decirle que tres Siqueiros eran falsos, al final uno sí era original.



Posteriormente, comentó Miranda, se acercó al museo para ver si había interés en su archivo personal, el cual es un fondo hemerográfico que consta de un millón de fojas, 8 mil libros, 16 mil catálogos de arte, que dan una visión del personaje que fue Raquel Tibol.



Miranda señaló que se está digitalizando su archivo, el Fondo Boris Rosen y el Fondo Raquel Tibol, para que sea punto de partida para el estudio de quien desee consultarlo.



Su hijo Simón Rosen, finalizó la velada con su intervención al señalar que hasta el último día, su madre fue símbolo de disciplina, rectitud y lucha Fue una mujer de carácter fuerte, tanto en el ámbito cultural como en el familiar “no hay quien pueda llenar sus zapatos”, afirmó.



Recordó su agudeza intelectual y perfección en el manejo del idioma. Fue una mujer privada, nunca le gustaron los reflectores, no pidió premios, ni palmadas, pidió trabajo. Su personalidad estuvo definida por una vida difícil, era una gran cocinera, tenía una voz mágica para cantar tangos, apasionada de la lectura y en especial de la poesía.



Amante del buen cine, le gustaban las películas de Woody Allen, su hijo recordó que solían entrar al cine Roble con un solo boleto, aunque no sabe cómo le hacía.



Tomaba té elaborado en su tetera de barro, hirviendo como a ella le gustaba, su ejercicio, era empujar el carrito del supermercado, elegir los productos que quería y pelearse con los de la fila y la cajera.



Mujer congruente, luchadora y con libertad intelectual, estaba convencida de que el éxito es el resultado de trabajar duro todos los días, finalizó Simón Rosen.

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