Óscar Moisés Torres Montúfar da a conocer su libro Los señores del oro. Producción, circulación
y consumo de oro entre los mexicas
El historiador obtuvo una mención honorífica en los Premios INAH
En el libro Los señores del oro. Producción, circulación y consumo de oro entre los mexicas, editado
por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el investigador Óscar Moisés Torres
Montúfar describe en 324 páginas la importancia que tuvo el oro en la economía de dicha sociedad, los
centros de extracción y los canales de distribución, así como la interpretación ideológica que los
mexicas daban al material áureo.
El metal llegaba a México-Tenochtitlan, vía el tributo y el comercio, y se destinaba a los altos
gobernantes, como el huey tlatoani; éste mostraba su estatus portando una diadema de oro, símbolo de
su nobleza y jerarquía, así como narigueras, orejeras, brazaletes y colgantes, todos ellos elaborados con
este metal y con piedras y plumas preciosas.
El gran señor mexica tenía la facultad de obsequiar brazaletes y piezas de oro a los guerreros que
sobresalían en batalla por su fiereza y valentía, eran premios que podían usar únicamente en ceremonias
rituales o políticas, indicó el historiador de El Colegio de México.
Óscar Moisés Torres, quien obtuvo el Premio INAH en fecha pasada por esta investigación en el
rubro de tesis de Licenciatura en Historia y Etnohistoria, comentó que estos objetos preciosos se
distribuían básicamente a la élite gobernante que promovía el expansionismo mexica en Mesoamérica.
“La expansión militar potenció la capacidad de México-Tenochtitlan para adquirir este metal y
piezas de y con oro, al igual que otras materias primas; obtuvo una posición hegemónica, ya que pasó a
ser un centro de gravedad donde convergían tributos, mercancías, regalos, premios, botines de guerra o
cualquier otro tipo de bienes auríferos”.
El huey tlatoani también utilizaba este metal para sellar alianzas y acuerdos políticos y
diplomáticos. Así ocurrió a la llegada de los españoles, cuando Moctezuma Xocoyotzin remitió una gran
cantidad de regalos con y de oro al ejército español y sus aliados indígenas, según lo describió Bernal
Díaz del Castillo.
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Para la escritura de este volumen, el especialista se acercó a las fuentes históricas: crónicas de los
conquistadores, frailes y funcionarios de la Corona, y los seis inventarios coloniales que consignan las
piezas enviadas por los conquistadores a la metrópoli española, entre ellos la Matrícula de Tributos, el
Códice Mendocino, el Códice Azoyú y las relaciones geográficas del siglo XVI.
Sobre la forma en que los gobernantes obtenían el oro, el autor explicó que los centros de
extracción se ubicaban en la sierra de los actuales estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Ahí los
pobladores acudían a la ribera de los ríos y usaban una batea para agitar el agua y la arena, y de esa
forma el oro, menos denso, flotaba.
Una vez que estas poblaciones fueron conquistadas por México-Tenochtitlan, se les exigía que
periódicamente suministraran materias primas, como telas de algodón, plumas preciosas y el oro (el cual
podía ser en polvo, en cañutos de pluma o en barras).
Otro medio lo constituyó la red de pochtecas, quienes acudían a diferentes mercados para
realizar el trueque de hachas de cobre por el metal precioso. Entre los mercados más importantes en los
que se intercambiaban las piezas auríferas estaban los de Coixtlahuaca (Oaxaca) y Tepeaca (Puebla).
Una vez que el metal llegaba a la capital mexica, se distribuía en el mercado de Tlatelolco, donde
había mercaderes especializados en el oro; sin embargo, una estricta regulación sobre el uso de objetos
suntuarios impedía que cualquiera los pudiera adquirir.
En la capital mexica los orfebres que trabajaban el metal pudieron haber pertenecido al barrio de
Yopico, donde posiblemente transmitían los saberes de su oficio de generación en generación y nadie
más tenía derecho de fabricar objetos suntuarios de este material, salvo los artesanos del palacio que se
albergaban en la casa de las aves y elaboraban piezas que se utilizaban en las ceremonias rituales.
“Entre los orfebres mexicas, unos se especializaban en la técnica del vaciado y otros en el
laminado, que fabricaban objetos a partir de golpear el metal”. Los orfebres mantenían una alianza con
los amatecas y pochtecas, ya que el oro, en la mayoría de los casos, se conjuntaba con plumas preciosas.
Los objetos de oro más antiguos elaborados en Mesoamérica corresponden a la Tumba 7 de
Monte Albán (1200 d.C.), y para el caso de la Cuenca de México, una referencia histórica menciona que
los mexicas de Tlatelolco, entre 1372 y 1418 d.C., ya lo comerciaban; sin embargo, el trabajo de oro
conocido por los tenochcas se da en la época expansionista (1440-1520 d.C.) en que se construye el gran
imperio, que facilitó la llegada de materiales preciosos al centro del país.
El libro de Óscar Moisés Torres Montúfar incluye un apéndice con un listado sistematizado de
los más de 400 objetos que están reportados en los inventarios de objetos recuperados por los españoles,
aquellos que mandaron en calidad de Quinto Real a la Corona española.